La masividad de los proyectos que se desarrollarían en Magallanes, sin lineamientos específicos para el hidrógeno verde, amenaza un ecosistema frágil y un refugio climático. Sin embargo, un proyecto de ley que se discute actualmente en el Senado podría ser una oportunidad para contener el impacto. Fuente: Climate Traker,
En la parte norte de Tierra del Fuego, cerca de la entrada del estrecho de Magallanes por el océano Atlántico, está Bahía Lomas. Es un humedal costero en el que el mar penetra y fracciona la tierra en pequeñas islas, donde miles o cientos de miles de aves buscan comida en el agua panda y, de a ratos, se dejan arrastrar algunos metros por los fuertes vientos patagónicos.
Ahí llega el playero ártico tras atravesar prácticamente todo el mundo, desde la costa de Groenlandia, escapando del invierno del hemisferio norte, hasta el tenue verano del extremo sur. De patas oliváceas y pico negro, al llegar a Bahía Lomas el color de sus plumas cambia: deja atrás su pecho rojizo y las manchas blancas de sus alas, y solo quedan tonos grises.
Ahí, en Bahía Lomas, el chorlo de Magallanes picotea entre las rocas y la vegetación, con sus patas rojas y pecho blanco. Es una de las especies más vulnerables del mundo, con población en estado crítico. “Se mueven en esa zona, justo donde se están instalando los proyectos de hidrógeno verde”, advierte Diego Luna, especialista de política y gobernanza de la fundación Manomet.
La fiebre por el hidrógeno verde se está sintiendo en la Patagonia. Solo Magallanes podría generar el 13% de la producción mundial, según estimaciones del Ministerio de Energía. “El potencial es gigante”, dice Kimberly Sánchez, country head de Vestas en Chile y vicepresidenta de la Asociación de Hidrógeno de Chile. “El viento que tiene Magallanes es un viento que no vemos en otras regiones del mundo y ahí es donde está el valor diferenciador”.
Pero, con el desarrollo de proyectos de tan gran escala se podrían generar nuevas “zonas de sacrificio”, advierten varias agrupaciones ambientales. Sin embargo, hay una oportunidad de contener esto: la reforma al Servicio de Evaluación de Impacto Ambiental (SEIA) que está en el Senado podría instalar lineamientos estratégicos para el hidrógeno verde. Aunque, para algunos, esto podría no ser suficiente.
La escala que están tomando estos proyectos está levantando preocupaciones. Una carta firmada por 70 organizaciones ambientales dice que, si Magallanes produce el 13% del hidrógeno verde a nivel mundial, requeriría “sacrificar” 13.000 kilómetros cuadrados en infraestructura, según Ladera Sur.
Actualmente, ya ingresaron alrededor de 70 proyectos ligados al hidrógeno verde al SEIA en Chile. Y, desde el mundo empresarial, destacan el potencial de Magallanes. “Se presenta como un polo de desarrollo y llamado de cierta forma a tener un rol en la escala global de lo que sería el suministro de hidrógeno renovable y sus derivados”, dice Sánchez, de Vestas. “Vemos en la región un potencial muy importante”.
Calcular cuánto sería ese potencial y el impacto que puede tener este desarrollo no es fácil. Sánchez dice que ellos están viendo entre 10 y 15 gigawatts entre las distintas iniciativas de la región. En Chile, en los últimos 20 años, se han desarrollado unos 4,5 gigawatts de capacidad eólica, recuerda Luna, de Manomet.
Por cómo se están moviendo las cosas, los proyectos son bastante ambiciosos. El 24 de julio ingresó al SEIA una iniciativa para la producción de amoniaco verde (derivado del hidrógeno verde) de HNH Energy en Magallanes, que consiste en un parque eólico con 194 aerogeneradores y que busca generar 1,4 GW. Es decir, por sí solo, ya representa más de un cuarto de la capacidad instalada actualmente. Ante eso, más de 30 organizaciones ambientales han firmado una carta de rechazo al proyecto en la que piden al Gobierno “evitar convertir a Magallanes en una zona de sacrificio”.
“Los proyectos son realmente gigantescos”, dice Luna. Y no solo sería la escala de los parques eólicos con decenas o cientos de aerogeneradores como delgados rascacielos, en los que solo sus aspas rondan los 50 metros de longitud. Además, se sumarían las plantas de hidrólisis y desalinizadoras en la costa, gasoductos y líneas de transmisión, el desarrollo de nuevos grandes puertos, la construcción de carreteras que atraviesen la estepa, y el aumento en el transito de barcos en el estrecho de Magallanes.
Entender la escala tampoco es sencillo. El Ministerio de Energía dice que, según estudios, “una planta de electrólisis de 1 GW de capacidad ocuparía entre 8 y 17 hectáreas”. Es decir, si se alcanzan los 15 GW, el terreno ocupado solo por estas plantas sería de entre 120 y 255 canchas de fútbol. Pero, para producir hidrógeno verde se necesitan varios elementos más de una cadena: “Se requiere el suministro de agua y de electricidad, además de una forma de transportar el hidrógeno producido hacia su punto de consumo”, reconoce el ministerio.
“Si tú impulsas una industria de esta escala sin los mínimos [estándares] de ordenamiento, lo que vemos es sacrificio”, advierte Luna. No solo estaría el riesgo de afectar a las aves en peligro de extinción, agrega. Habla de posibles “zonas de sacrificio”.
Quintero y Puchuncaví son ciudades costeras repletas de casas bajas que combinan colores. Podrían ser cualquier otro de los balnearios que se elevan desde el mar hacia pequeñas lomas en la costa chilena.
Las calles dan hacia una bahía curva con playa donde el paisaje, sin embargo, es interrumpido por chimeneas largas, de color blanco con líneas rojas, fabricas desproporcionadas, como si un mall hubiera aterrizado en la tierra, unas especies de cúpulas blancas y un puerto largo donde el tráfico de barcos es continuo. Petroquímicas, termoeléctricas, empresas de abastecimiento de carbón, fundiciones y varias otras se agrupan, se acumulan en el sector. Y los episodios son bastante conocidos en Chile. “Suspenden nuevamente clases en Quintero y Puchuncaví por contaminación ambiental”, es un titular de diario que se repite.
Mareos, vómitos, síntomas de intoxicación y cosas peores. Esa es la zona de sacrificio más emblemática del país. Lugares en los que se agrupan industrias y en los que la sustentabilidad ambiental y social nunca se pensó.
Luna, sin embargo, reconoce que lo que pasaría en Magallanes con el hidrógeno verde sería diferente. “No habría chimeneas y el cielo no estaría todo negro”, dice. Pero la estepa magallánica podría verse afectada, lo que genera preocupación ya que “es un refugio climático y de captura de CO2”, agrega Luna.
La importancia en este sentido no sería menor. En las estepas están, por ejemplo, las turberas, una vegetación primitiva que colonizó los territorios abandonados por los glaciares. Las plantas bajas, como cojines, fueron acumulando material orgánico durante miles de años y, con eso, son capaces de retener grandes cantidades de carbono. De hecho, según un estudio realizado por científicos chilenos, podrían almacenar casi el doble del carbono por hectárea que los bosques de la Amazonía.
Un problema estructural
Desde hace 15 años que Luna ha viajado hasta el sur del mundo a trabajar en Bahía Lomas. A ese humedal, donde la tierra y el agua se cruzan y se mezclan, y el viento es una constante. Ese viento indomable que golpea y que quiere arrastrarlo todo. Es el área de invernada más importante del playero ártico y es el segundo lugar para el zarapito de pico recto. Este último corresponde a un ave de pico largo ligeramente curvado que, por encima, tiene un color gris con plumas bordeadas de pardo oscuro.
Fue recién hace poco más de dos años que Luna y el equipo de investigación en Bahía Lomas comenzaron a enterarse de los proyectos de hidrógeno verde que se iban a instalar en la zona. “Lo empezamos a investigar y publicamos una carta en la revista Science, donde empezamos a alertar un poco sobre lo que podía pasar”, dice el especialista de Manomet.
La carta, enviada en 2022, advierte el impacto que pueden tener los parques eólicos en las aves. Citan estudios que evidenciarían que, si en Chile central hay una tasa de colisión de aves de 0,6 a 1,8 por aerogenerador al año, si se escala esto a la magnitud de los proyectos planificados en Magallanes, esa tasa saltaría a entre 1,740 y 5,220 colisiones de aves por año. “Sin embargo, esta estimación no considera que la Región de Magallanes es un área de migración de alrededor de 43 especies de aves, incluidas Passeriformes, Charadriiformes y Strigiformes, lo que probablemente aumentaría estos números”, agrega la carta.